La fiscalidad del comercio online

En un mundo globalizado, las plataformas de comercio electrónico vinculadas a la economía digital han ido ganando cuota de mercado en España. En la actualidad, las grandes compañías de venta y distribución online han alcanzado un gran volumen de negocio que merece varias reflexiones. De entrada, nos enfrentamos a una situación de descontrol que debía haberse previsto y que ha cogido a las administraciones sin las necesarias normas reguladoras del nuevo fenómeno.

 

La manera de comprar se ha revolucionado en esta era digital y la población utiliza la vía de internet por las ventajas que ofrece a los consumidores: la accesibilidad a un gran número de ofertas detalladas, la atención al cliente, los bajos precios en comparación con los que encuentras en los sistemas de compra tradicional y la rápida distribución del producto hasta el hogar o negocio.

Pero junto a los beneficios indudables de la venta online, conviene que el Gobierno evalúe y valore los impactos y lagunas que provoca la actividad de empresas como Amazon, un gigante del comercio electrónico. Por ejemplo: el cierre de muchas tiendas de comercio en las ciudades que no pueden resistir aquella competencia y que produce un cambio en lo que ha sido uno de los atractivos de los núcleos urbanos: el urbanismo comercial y la compra por las calles. El comercio tradicional no puede competir con los precios de los numerosos productos y servicios ni con una organización rápida de distribución de las compras, algo que ofrece Amazon y otras plataformas de venta online. El comercio de relación personal necesita una urgente transformación para sobrevivir.

De ahí que corresponda a las administraciones públicas, como defensoras del interés general, garantizar que en la competencia de estas operadoras gigantes frente al pequeño comercio se respetan los principios de aplicación habitual a los sectores de actividad económica. Me refiero al respeto a los derechos humanos en los trabajos de producción en origen, a las normas de la competencia, a la contratación laboral, a niveles salariales dignos y, en especial, al cumplimiento de las obligaciones fiscales.

Los complejos entramados societarios ligados a la ingeniería fiscal de las grandes compañías tecnológicas, la elusión fiscal y la evasión fiscal son prácticas a combatir si se quiere conseguir el pago efectivo de los impuestos. Esto exige disponer de las normas adecuadas en cada Estado para acabar con los fraudes en base a directivas previas armonizadoras desde las instancias de la UE, así como la práctica de políticas de transparencia fiscal internacional que muchos países no cumplen.

Por otra parte, las fórmulas de compra a los productores y fabricantes de origen y los comportamientos empresariales en las redes, tendentes a monopolizar el mercado por parte de las plataformas de comercio online, pueden resultar contrarias a las leyes de la competencia. Todo ello exige su regulación, control y sanción de los comportamientos ilegales, como lo intenta la Comisión Europea.

Desde su implantación, existen problemas en la tributación de estas empresas, hasta el punto de convertirse en uno de los grandes retos del presente para España y la Unión Europea. La idea de partida es que estas grandes corporaciones tecnológicas paguen sus impuestos allí́ donde obtienen sus beneficios.

Se ha publicado que la Comisión Europea estima que la tasa impositiva efectiva de las empresas digitales que operan en la UE llega a ser la mitad de la que soportan las empresas tradicionales e incluso menor. La realidad es que la normativa actual del Impuesto de Sociedades fue diseñada antes de la explosión del comercio en internet y se ha visto sobrepasada. Es urgente acordar los criterios para fijar una base imponible común.

Lo cierto es que la novedad del sistema y la existencia de reglas fiscales no homogéneas demuestran que la solución no se puede abordar desde un país en solitario, sino a nivel europeo. Nuestro marco fiscal ya no sirve a la vista del desarrollo de la economía digital y los nuevos modelos de negocios. Los Estados miembros de la UE quieren gravar los enormes beneficios generados por la actividad económica de las plataformas digitales en cada país. Y no que paguen la factura fiscal en Luxemburgo o Irlanda, países que conceden ayudas públicas y ofrecen baja presión fiscal a las grandes empresas.

Por eso se requiere una solución a nivel de la UE que acuerde reglas claras para esas empresas y para los inversores en el mercado único. Asistimos a un problema global que analizan organismos internacionales como la OCDE, el G-20 o la propia Comisión Europea para aprobar unas nuevas reglas fiscales. Deben determinar cuestiones como dónde se crea el valor y dónde se grava o qué genera el derecho de un Estado a gravar a las empresas de la economía digital para conseguir que paguen sus impuestos en los territorios donde realmente obtienen sus beneficios y no los trasladen a países con una fiscalidad rebajada, como ha venido sucediendo.

En el marco de esta transición fiscal -hasta que se apruebe en Europa y España un marco normativo integral y definitivo- y en el ejercicio de la transparencia, el Gobierno debe dar a conocer datos relevantes. Como cuál es el régimen tributario que se aplica para determinar el volumen de beneficios y la base imponible sobre la que Amazon, Apple, Google, Facebook, etc, deben pagar el Impuesto de Sociedades, o la manera de controlar las transacciones comerciales realizadas para que liquiden el IVA.